miércoles, 20 de julio de 2011

Anécdotas de la infancia.



Allá por los sesenta, en la foto que acompaño que corresponde a l final de la Avenida de Fernández Latorre, fue durante las tardes, un terreno de juego ideal para los niños del entorno de Cuatro Caminos. No pasaban coches y para practicar el tiro a puerta, teníamos dos buenas porterías una de ellas era portalón del almacén de Rey, que era el último edifico de la izquierda y la otra, era el portalón del patio de la Iglesia de los Redentoristas que estaba situado, entre el célebre Bar Norte y la citada Iglesia. El Bar Norte, era famoso en la ciudad, por su especialidad en comida asturiana, la fabada y sobre todo la sidra que escanciaba el Sr. Pepe, con su maestría.

La portería del patio de los Redentoristas tenía un problema… Este no era otra que, muchas veces el disparo, sobrepasaba la altura de este y caía dentro. El que “embarcaba”, el balón era el encargado de irlo a buscar y normalmente tras unos minutos, aparecía con el balón, ya que los Redentoristas, nunca ponían problema en su devolución…

Pero aquella tarde, sucedió algo especial. Tras “embarcar” el balón, el balón venía de vuelta, pero el niño no volvía… No sabíamos el motivo, ni nos preguntábamos que pasaba, pero el caso era que nos empezamos una docena y al poco tiempo, quedábamos la mitad.

Aquella tarde parecía como si la puntería no estuviese atinada, ya que de cada tres tiros uno se iba al patio. Y claro, me tocó a mí y no iba a ser menos, balón al patio. Di la vuelta a la manzana y llamé al timbre… Allí estaban esperando dos sacerdotes, que en cuanto me vieron, exclamaron: “Este de Redentorista” y sin darme tiempo a reaccionar, me pusieron un hábito y me enseñaron a hacer una genuflexión, indicándome que lo tenía que hacer antes de entrar en el altar mayor .Cuando me estaban vistiendo, me dio tiempo a observar, la llamada al timbre y la aparición de Totó Cameselle, que en vez de aceptar lo que le decían, se puso a llorar y a rebelarse, consiguiendo escapar.

Al poco tiempo, me encontré con todos los compañeros sentados ante el atar vestidos cada uno con hábitos religiosos y rezando… Y como no, a Totó y los supervivientes asistiendo al acto religioso, donde nosotros éramos los protagonistas involuntarios…

Para mí que aquella tarde, los Redentoristas, se pusieron a la faena, unos rezando para que el balón traspasara el muro y los encargados de “reclutarnos”, para hacer las veces de curas, obispos, cardenales e incluso uno de Papa.

A partir de ese día, cambiamos de portería y volvimos a la del Almacén de Rey, que era más seguro y asegurábamos el partido, aunque los Redentoristas, a partir de entonces, ya nos abrían las puertas y nos dejaban acceder al patio y salir por la puerta exterior, cosa que nunca hacían.

En la foto, la Avenida de Fernández Latorre, donde se puede observar cómo era nuestro terreno de juego y donde por las noches, poníamos dos piedras en el medio de la calzada y sólo parábamos cuando pasaba un coche, con iluminación artificial y todo